A primeros de diciembre del año pasado di positivo. Me instalé en una habitación provisto de una montaña de libros sabrosos, el ordenador, la esterilla, y una inscripción a un master online. Bueno, también cayó alguna temporada de una serie que me gusta y dos o tres documentales…;).
Me di cuenta de que mi cuerpo, en la gestión de recuperar el equilibrio habitual. Lo que conocemos como salud, rechazaba los 2 o 3 postres que me zampaba cada día después de la comida y de la cena.
A veces comía poco de fundamento pero, como me quedaba con hambre, me ponía tonto de dulces. Ecológicos sí, pero dulces.
Y me preguntaba, ¿cómo estoy tan orondo si no como casi nada…?
Gracias al virus me di cuenta de que estaba atrapado en un ciclo “perverso” con lo único que no había trascendido hasta la fecha: el dulce. Entre septiembre y diciembre me echaba encima 5 o 6 kilos, y de enero a junio los bajaba a base de correr kilómetros huyendo del 66, que es el peso inadmisible para mi constitución. Que, con lo txikito que soy, me hacía ver como un tonelillo con patas. Es difícil que crezca más. Es difícil recuperar el pelo que he ido perdiendo en las curvas de la vida. Pero si que puedo actuar para alcanzar un peso ideal.
Observé, por un lado, que mi cuerpo, en la enfermedad, en el desequilibrio, se sanaba con un poco de borraja, con caldos de umeboshi y miso…y pocas cantidades. No me apetecía nada de dulce. Aproveché el tirón para dejarlo. Y me di cuenta de que había construido un hábito de tomar un yogur seguido de varias galletas que me pedían chocolate para volver a empezar porque el chocolate me pedía una galleta….ad infinitum…
Me di cuenta de que muchas veces comía de más por hábito, no por necesidad. Y decidí implementar el hábito de comer lo necesario a su hora sin ningún postre. Porque en mi experiencia, un postre pide otro…
Total, que he encontrado un método que me ha servido para colocarme permanentemente en mi peso ideal sin efecto rebote.
Hoy, en febrero de 2022 estoy en 61 kilos que me sientan de maravilla. Con un nivel de energía altísimo y con la autoestima más alta que las tarifas de la luz. Ah…y con la mente bastante más despejada que los meses anteriores al virus.
Qué hago ahora:
– Desayuno una tostada de pan de Ulía con lo que sea, incluido dulce. Un descafeinado de Landare y alguna galleta ecológica si es caso.
– A media mañana un puñado de anacardos o algo de fruta.
– Para comer lo que haya, en mi caso, dentro de la dieta vegetariana. Sin ningún postre. (vale…algún día se me escapa una rebanada con leche de arroz…pero nada más…lo prometo).
– A la tarde o nada, o algo de fruta. Si tengo el capricho puedo tomar algo dulce sin complejos.
– Y la cena, y aquí está la clave, o algún tipo de puré, o verdura, o tortilla…o nada. Muchos días hago ayuno intermitente desde la comida del mediodía hasta el desayuno del día siguiente. Y lo curioso es que ya no tengo hambre. Al incorporar el hábito de no cenar o de tomar algo moderado y ligero, el cuerpo se habitúa a esa nueva realidad y no se queja. Al contrario, lo agradece porque me sienta genial.
– Voy a correr o hago sesiones de yoga intensas pero ya no lo hago huyendo del sobrepeso sino acercándome a mis objetivos. Cambia mucho la cosa psicológicamente si huyes o si te acercas…de hecho, cuando cae algo en mis manos a deshoras, lo cojo y digo en voz alta: “esta galleta que estoy a punto de zamparme como vanguardia de las que vendrán después…me acerca o me aleja de mis objetivos…si la respuesta es me aleja, la devuelvo al paquete y ahí se queda.
A mi entender hay 2 claves en el éxito que para mí ha supuesto este cambio de hábitos:
1- Que puedo comer cosas variadas. Es decir, no se trata de una dieta de arroz a palo seco ni de frutas solas ni nada de eso. Puedo comer de todo (en mi caso vegetariano), pero ordenadamente. A unas horas unas cosas, y en otros momentos otras. Sin mezclar procesos digestivos incoherentes.
2- Lo disfruto. No huyo de los kilos de más sino que me acerco a mi ideal de cuerpo físico dentro de mis posibilidades.
Lo he conseguido y estoy muy contento porque me ha costado unos 25 años entender que para pasar de pantalla hay que quitar los hábitos que tenemos tan integrados que no nos damos ni cuenta de que van con nosotros.
Al modificar estos hábitos, y adoptar los adecuados a tus objetivos, se abre la nueva pantalla a la que puedes acceder. Mi freno para avanzar no estaba en el mundo. Lo llevaba yo incorporado. Como cuando vas en coche con el freno de mano puesto.
Omkar Carabia, febrero de 2022.